Según un reciente estudio de la universidad de Delaware, la ortiga del Atlántico (“Chrysaora quinquecirrha”) está formada por dos especies diferentes. Se me ocurre ahora que la doble naturaleza de esta medusa es en realidad la metáfora perfecta, el atributo ideal que define la intriga que comenzaría a desvestir en Valladolid.
Cuando el tren llegó a la estación de Campo Grande me estaba esperando un antiguo colaborador y colega, a quien llamaré Perseo. Vuelvo a disculparme por las maneras novelescas. Desde luego ni Perseo ni yo somos espías, pero recuerde el lector que decidí mantener el anonimato, ¿Cómo no hacerlo también con las personas que formaron parte de la investigación?, aún cuando, tuviera el consentimiento expreso de las mismas para revelar sus verdaderas identidades.
Era evidente que Perseo también necesitaba ventilar su sistema neuronal. La efusiva bienvenida y la vivaracha mirada que le proporcionaban aquellas intemporales lentes redondas, que tanto apreciaba, delataban la sugestiva promesa de nuevas aventuras que mi llegada predecía. No pienses en Homero cuando digo “aventuras”, las nuestras a menudo transcurrían en lugares tan peligrosos como las bibliotecas, los archivos añejos o en interminables comisiones de estudio y análisis.
Creo que los dos tuvimos el mismo presentimiento. Ésta sería una aventura de dos especies diferentes, como la ortiga del Atlántico.