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CAPÍTULO X: TRES PROFANADORES

Ahora sí que parecíamos los ladrones del siglo. Perseo, y su duplicado adolescente vieron apropiado vestirse de negro tocados con un menguado gorrito del mismo color. Era incuestionable que ambos estaban disfrutando el momento de sus vidas. Consiguieron contagiarme la emoción de una noche de peripecias novelescas. Ahora pienso ¿cómo pude reclutar a estos dos hombres para perpetrar, con alevosía y nocturnidad, un acto de tintes delictivos, poniendo en riesgo nuestra integridad y buen nombre?

Estaba saltándome mis propias normas. Estaba siendo pérfido y me gustaba. Estaba, más bien, siendo arrastrado irrisiblemente por tío y sobrino, de manera que entrar en la gruta se volvió algo imperioso.

Descendimos la ribera con el equipo necesario hasta el hoyo acotado por las cintas en los árboles. Con ayuda de una escalerilla telescópica bajamos al pozo y a las tres y cuarentaicinco de la madrugada, entrábamos en el túnel después de abrir la reja con asombrosa facilidad. Sin mediar palabra hicimos una especie de acto solemne, tratando de dar al asunto cierto donaire de carácter científico, registrando los detalles de la incursión en un cuaderno de campo, que llevaba Perseo y que iluminaba con una pequeña linterna que sujetaba entre sus labios. Los tres llevábamos linternas de espeleología en la cabeza y pequeñas mochilas con otros útiles.

Olía a humedad y tierra vieja. Enseguida nuestras linternas provocaron un bailoteo taimado de sombras por las paredes del túnel que nos escamaba continuamente. Descubrimos que era una angosta galería abovedada con hastiales de sillería de buena factura que quedaban al descubierto por tramos. Podíamos avanzar en fila india, medio erguidos, sorteando de vez en cuando algunos montones de escombros y charcos de agua.

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