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CAPÍTULO IX: TRES CONSPIRADORES

Gea estaba muy preocupada por todo lo ocurrido. No podía deshacerse del sentimiento de culpa por la caída de Ícaro, que achacaba a un fallo en las medidas de seguridad del recinto. Nos costó bastante apaciguar su ánimo y  solo lo conseguimos censurando la conducta imprudente del joven saltimbanqui. Según él, quería obtener una mejor perspectiva de los restos del Palacio alejándose un poco por detrás de la cerca. Un afán investigador que le llevó a ser engullido por la ribera.

Cercamos el agujero atando cinta alrededor de los árboles que lo rodeaban y nos fuimos.

Teníamos que actuar deprisa. Era evidente que solo disponíamos de esa noche si queríamos investigar la entrada misteriosa con cierta libertad. A la mañana siguiente irían los servicios municipales para asegurar la zona y evitar más accidentes y a partir de ahí, cualquier pesquisa supondría el correspondiente vía crucis de permisos y rogatorias.

Mientras cenábamos los tres, fuimos canjeando argumentos y complicidades con las miradas,  alimentando nuestro afán aventurero tanto como nuestros estómagos.

Me llevaron al hotel. Antes de bajarme del coche fantástico, muy circunspectos, nos emplazamos en el mismo sitio en un par de horas, con el equipo necesario.

– Conforme. Dijo Perseo.

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