Acudimos a nuestro encuentro en un excéntrico Pegaso Z 102 de color negro conducido por Ícaro con notoria dignidad. Aquel vehículo redimido del pasado nos daba aires fingidos de agentes secretos trasnochados. De esta guisa llegamos puntuales a la cita.
Ya estaba esperándonos “Gea”, nombre en clave de la responsable del Ayuntamiento de Valladolid que nos guiaría por los restos del Palacio. Gea se mostró muy contenta de conocerme en persona e impresionada de nuestra reliquia con ruedas. Nos cautivó el entusiasmo que regalaba en sus recreaciones históricas. Trazó de forma admirable una evocadora estampa de góndolas y galeras empavesadas de banderas y gallardetes surcando el río, de parterres exóticos y de la ciudad entera vista desde los miradores de la desaparecida torre. El recorrido por las ausentes dependencias llegó a un patio acondicionado para celebrar corridas de toros.
“Ésta era una plaza de festejos privada en torno a la cual se dispuso un terrado y una sala de trucos. Allí se celebraron los más variados espectáculos, como corridas de toros, juegos de cañas o el célebre despeño del toro que recoge la ilustración de la «Historia» de Antolínez de Burgos”. (Los reales sitios vallisoletanos /Javier Pérez Gil — Valladolid: Ediciones Universidad de Valladolid: Instituto Universitario de Urbanística, 2016).
El “Despeño del Toro” consistía en hacer resbalar por una rampa engrasada al animal hasta el agua, donde era lanceado desde las góndolas y obligado a salir para morir en la orilla. El destino concibió la argucia perfecta que hizo rodar a Ícaro por el terraplén, cual toro despeñado, desapareciendo de nuestra vista.
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