LA GRUTA DE LOS ANHELOS

Empezaba a arrepentirme de aquel viaje extravagante por las vísceras de la ribera pese a que la cosa se estaba poniendo cada vez más interesante. Toparnos con un muro que nos obligara a volver sobre nuestros pasos hubiera sido un alivio en aquellos momentos. El cansancio comenzó gradualmente a invadir mi cuerpo y mi coraje. Solo hace unas horas que había llegado a Valladolid después de un largo viaje en tren y ahora estaba a tres metros bajo tierra sepultado por una montaña de resquemores, con dos hombres que en aquel trance me parecieron henchidos de fogosidad y privados de cordura.

El agua escurría por las paredes del túnel y en ocasiones las filtraciones de la bóveda lagrimaban sobre nosotros generando fútiles centelleos al roce de los haces de nuestras linternas.

Indudablemente el estado de conservación de la galería mejoraba de forma palpable a medida que avanzábamos, y esto nos produjo un gran desconcierto.

Por tres veces giramos en ambos sentidos. Corríamos el riesgo de perder la orientación por completo. Hubiera jurado que avanzábamos y retrocedíamos en un zigzag caprichoso diseñado por un  endiablado arquitecto juguetón. Perseo apuntaba estos giros en su cuaderno lo que representaba las migas de pan de nuestro regreso en caso de extravío total.  Pero no encontramos más cruces ni ramificaciones.

Fuimos irremediablemente a lo que en parte anhelaba. Un muro al final de la galería que estábamos recorriendo significaba el término de nuestra peripecia subterránea. Paramos en seco y gobernó el silencio. Es curioso cómo pude intuir la decepción en las siluetas de mis dos compañeros recortadas por cabriolas de extraña luz cavernícola al son de nuestras linternas. Y así, en mitad del pasadizo, permanecimos un tiempo ínfimo o infinito, no sé recordarlo ahora, como calibrando en una balanza mental nuestras opciones de éxito y de fracaso, nuestro desengaños y nuestros deseos más íntimos.

Una vez más la convergencia de intuición, intrepidez o qué demonios sea que combina ese chico en su persona, empujó a Ícaro en contra de toda lógica a llegar hasta el final del túnel cegado para hacer, como ya es costumbre en él, otro fascinante y sorprendente descubrimiento.

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